YO CONOCÍ A JAIME BAYLY

Yo conocí a Jaime Bayly. Lo conocí en persona, quiero decir, le di la mano y charlamos durante unos minutos. Los dos de pie, él más joven que hoy, menos obeso tal vez, siempre alto como una inmensa torre llena de adjetivos grandiosos y sinónimos formidables, dueño de una importante carrera de escritor consagrado y de un respetable éxito en televisión, y yo, bajito, asiduo lector de sus novelas, y de otras, escritor desconocido. Era el año 2012 e intentaba promover en Miami mi segunda novela, La vida ajena, que acababa de publicar en Barcelona una modestísima editorial de coedición.

En el 2012 yo ya había leído todas las novelas que Bayly había publicado hasta el momento: desde No se lo digas a nadie hasta el primer volumen de la serie Morirás mañana: El escritor sale a matar, publicado dos años antes, en el 2010, y que no me había gustado nada. Tenía en mi librero el segundo volumen de la serie, El misterio de Alma Rossi, pero le estaba dando largo a su lectura porque aún me duraba el mal sabor del volumen anterior. Era la primera vez que me ocurría algo así con Bayly. Lo último que había leído, antes de la serie Morirás mañana era, El canalla sentimental, que se lo había encargado a mi madre en un viaje a Madrid en cuanto lo habían publicado, y El cojo y el loco, con el que me había desternillado de la risa.

Aquella noche mi esposa se las había ingeniado para conseguir dos sillas en el limitado cupo disponible para el público del show de Bayly, en Mega TV. Al finalizar el programa el presentador estrella del canal se detuvo a saludar a quienes quisiesen intercambiar unas palabras con él. Con un ejemplar de mi novela bajo el brazo yo esperaba mi turno. Fui de los últimos.

«Tienes una excelente memoria lectora» me dijo Bayly con creíble admiración cuando, con el cuello doblado para mirar hacia arriba buscando su cara, cité algunos pasajes de sus novelas. «Me sorprende que recuerdes esos detalles» añadió y yo creí en su sorpresa.

Había leído alguna vez una crítica de no sé quién que decía que Bayly siempre escribía sobre lo mismo. No estaba en total desacuerdo con aquella crítica. Las novelas de Bayly me parecían distintas versiones de su propia vida, de pasajes de su propia vida y yo casi pensaba que lo conocía solo por haber leído trece novelas suyas. Pero escribir sobre lo mismo no lo convertía en un escritor menor. Otros escritores de renombre también lo hacen, quizás Isabel Allende sea el ejemplo más palpable. No me gustaba, sin embargo, sus repeticiones innecesarias durante la narración, su constante recordatoria de las cosas y de las identidades de los personajes. Era como si el escritor diera por hecho que sus lectores no teníamos memoria.  

«Sospecho que quieres promover tu libro en mi programa» me dijo adivinando mis nada disimuladas intenciones cuando le hice ver que yo también era escritor y que acababa de publicar mi segunda novela. Tomó el libro en sus manos, se sacó las gafas y leyó la contraportada. Le dejé el libro, no recuerdo si lo firmé o no. El quedó en avisarme para invitarme al show y hacerme una entrevista.

Bayly nunca me llamó para entrevistarme en su programa de televisión, y yo nunca más volví a leer sus novelas. Mientras esperaba su llamada intenté con los primeros capítulos de El misterio de Alma Rossi, pero desistí enseguida. No volví a comprar un libro suyo, aunque conservé las trece o catorce novelas que ya tenía en mi biblioteca. No sé si dejé de leerlo en venganza por no haberme invitado a su programa y con ello darme el empujón enorme que seguramente hubiese significado para mi inexistente carrera de escritor, o si en efecto fue porque me había hartado de leer la vida de Jaime Bayly desde todos los ángulos imaginables. Igual pudo haber sido porque la serie Morirás mañana me desencantó y decidí cambiar de aires lectores. Es probable que Bayly jamás me llamara para una entrevista porque mi novela no le había parecido digna. No lo culpo, yo en su lugar seguramente hubiese hecho lo mismo.

Han pasado once años desde aquel encuentro. Durante todo ese tiempo he leído de manera ocasional alguna columna de Jaime Bayly. Me sigue gustando como escribe, como maneja el lenguaje, como abusa magistralmente de los sinónimos.

Hace unos días, mientras fumaba un puro en un lounge en la ciudad de Miami, vi en las redes un video donde Bayly hablaba acerca de un viaje que había hecho a Ecuador por motivos de La Feria del Libro. En el video mencionó el título de su más reciente novela, Los Genios, una novela que narra una época importante en la vida de dos de los más geniales escritores latinoamericanos de todos los tiempos, Gabriel García Márquez y Mario Vargas Llosa. Me picó la curiosidad con la misma intensidad con que lo hacía cuando leía El huracán lleva tu nombre, Fue ayer y no me acuerdo, La mujer de mi hermano…

Busqué el libro en internet y leí lo que decía en la contraportada: «Los genios, la novela más ambiciosa y fascinante de Jaime Bayly, recrea con formidables bríos narrativos los años gloriosos en que García Márquez y Vargas Llosa fueron grandes amigos y explora, desde las licencias de la ficción, los secretos, las felonías, las delaciones y las iras volcánicas que dinamitaron estruendosamente esa amistad que parecía irrompible.»

Inmediatamente compré un ejemplar en su versión digital.

En efecto es una novela fascinante que podría ser la más ambiciosa de Jaime Bayly. No solo es la historia de García Márquez y Vargas Llosa, de su amistad y de la ruptura de la misma. Es la historia de un tiempo marcado por escritores fantásticos, por artistas inigualables e imperfectos, muchas veces con abominables opiniones políticas, o con gustos aberrantes, pero siempre geniales, únicos, grandiosos.

Esta, a diferencia de las demás que había leído, no es otra novela sobre la vida de Bayly, y por eso es superior. El escritor sigue haciendo alardes de dominio del lenguaje, sigue abusando deliciosamente de los sinónimos y los adjetivos contundentes, y sigue explotando indiscriminadamente las repeticiones.

Los genios es una novela que me recordó que solía leer a un escritor peruano que me gustaba mucho y que, por rabietas presuntuosas o por aburrimiento, había dejado de leer.  Es una novela tremenda, audaz, ingeniosa. Podría deducir que parte de la trama es pura invención del escritor, pero está tan bien hilvanada con los datos constatables que en ningún momento me abandonó la sensación de estar leyendo una biografía novelada de los dos Premios Nobel.

Han pasado once años desde que conocí a Jaime Bayly y desde que me quedé esperando su llamada para una entrevista que nunca se realizó. Yo no volví a leer sus libros y él, seguramente, no volvió a acordarse de mí en cuanto me dio la espalda en aquel canal de televisión.

Yo sigo siendo un escritor desconocido, al menos para la mayoría de los lectores. Jaime Bayly sigue cosechando éxitos, probablemente cada vez más merecidos, y escribiendo novelas que gustan, que venden miles de copias, decenas, cientos de miles de copias. Es poco probable que volvamos a vernos alguna vez y si por alguna extraña casualidad se produjera un encuentro fortuito, Bayly jamás podría recordar que fui aquel tímido escritor que esperó su llamada durante meses para promover una novela que talvez no merecía el esfuerzo. Si alguna vez se diera ese improbable encuentro, él no me reconocería y yo no haría nada por recordarle que hace once años que espero por una entrevista en su programa.

En cambio me presentaría como otro lector que admira su escritura, que ha leído gran parte de su obra y que, casualmente, también hace un esfuerzo por escribir algo digno.

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