QUERIDOS HIJOS, ADIÓS.

Queridos hijos.

Han pasado años desde que vivimos separados. Aunque no los haya visto tanto como me hubiese gustado, han estado presentes en cada minuto. Ya no fantaseo con la idea de que vengan a visitarme y a pasar tiempo conmigo; hace mucho que no lo hacen y la verdad es que no puedo reclamarles por ello. Estoy en paz con la vida. He conseguido todo lo que me he propuesto. Sin embargo, los años me han demostrado que la única verdadera riqueza que existe en este mundo son los hijos, más que todo el dinero y el poder de la Tierra.

Ustedes son mis tesoros.

A pesar de haber confiado su educación a su madre, por sus propios intereses, saben cuánto he deseado estar presente en cada instante de sus vidas.

Sobre mi escritorio mantengo una fotografía de cuando eran pequeños. Contemplar la risa infantil en sus caras despreocupadas me ha hecho más llevaderos los días difíciles. Junto a ese cuadro hay otro con la foto de su madre, siempre tan hermosa. Durante todos estos años de lejanía, con solo mirar esas imágenes he podido regresar a los días en que éramos una familia unida. Hubiese sido agradable que la convenciesen a ella para que los acompañase a la celebración de mi cumpleaños y luego, de vez en cuando, pudiésemos vernos todos en funciones familiares.

Eso no sucederá. No habrá celebración.

Durante años he sido capaz de comprar casi todo cuanto he deseado. Sin embargo, en este momento de mi vida he tropezado con algo que no podría comprar, aunque poseyese todo el dinero del mundo. Gustoso hubiese dado todo cuanto tengo por pasar de este trago amargo y evitarles el disgusto.

No pasará mucho antes de que todo cuanto hasta ahora he sido se emborrone y se convierta en un manchón amorfo. Antes de que ese momento llegue he de decirles cuanto los he querido y cuanto los quiero ahora, en este preciso instante.

He vivido toda mi vida bajo simples, pero muy sólidos preceptos: cuidar de mi familia y ser firme en mis decisiones.  Por fin he llegado al estado supremo de dichos preceptos, aunque esto ha ocurrido con mayor premura de lo que había anticipado.

Somos lo que está en nuestra memoria. Sin los recuerdos no seríamos diferente a un pez o a un arbusto del camino. Entonces, ¿para qué querría la vida un hombre sin memoria?

Los primeros indicios inequívocos de mi enfermedad se manifestaron hace poco más de seis meses. Fue durante una importante reunión de negocios en la que no pude siquiera recordar en dónde me encontraba. Hacía algún tiempo que olvidaba detalles a los que no les otorgaba mayor relevancia: la cita con el dentista, el lugar dónde había dejado mi teléfono, el té servido sobre la mesa. Nimiedades que les ocurren con mayor o menor frecuencia a casi todos, me decía. Lo de aquella mañana, en cambio, fue otra cosa.

El Alzheimer es una enfermedad cruel, como lo son todas las enfermedades verdaderamente serias. Alguna vez leí, o me contaron, que alguien dijo que, si Dios existe, no tiene perdón de Dios. Bueno, no apoyaré esa frase, aunque tampoco la rechazaré porque hay cosas que no se pueden perdonar. En fin, volvamos al tema mientras me sea posible. Quería decirles que la forma de tortura más virulenta con la que esta enfermedad me atormenta es el lenguaje: hay días en que veo las palabras delante de mí, como si danzaran o estuviesen colgadas en un alambre, pero no consigo alcanzarlas por más que estire el brazo. En días como esos ni siquiera sé quién soy y me aterra descubrir qué será lo próximo que perderé.

 No pretendo atormentarlos a ustedes ni hacerlos cargar con una cruz tan pesada como esta. No es necesario que se hagan cargo de mi cuidado, por suerte cuento con los medios suficientes para pagar servicio de cuidado especializado. Mi abogado se ha encargado de eso y también de arreglarlo todo para que reciban a partes iguales todo lo que he logrado construir y que ahora les pertenece. Es lo menos que puedo hacer por ustedes.

No podría asegurarles que, de volver a vernos, estaré lo suficientemente lúcido como para reconocerlos, pero hoy es uno de esos días en que siento que no tengo absolutamente nada y que estoy en total dominio de mis capacidades. Por ello he aprovechado para escribirles. Desafortunadamente momentos como este aparecen cada vez con menor frecuencia y van acortando su duración de manera traicionera.

Antes dije que mi vida se ha basado en dos normas inquebrantables: cuidar de mi familia y ser firme en mis decisiones. No sé si lo hice bien, aunque estoy convencido que lo hice de la manera en que creí que era mejor. Por eso he construido un imperio que les garantizará la estabilidad económica de la que no muchos pueden presumir. Por eso he tomado la decisión inapelable de poner fin a mi vida.

No crean que he sufrido con esta enfermedad. No, no he sufrido ni un solo minuto, He luchado, eso sí, he luchado mucho por ser parte de las cosas, de la vida, de mí mismo. He batallado por seguir en contacto con quien fui en otro tiempo. Sin embargo, he perdido la batalla y ya no queda nada más que hacer.

Los recuerdos más lejanos aparecen de repente en mi memoria, como si viniesen a despedirse. Recuerdo ahora su respiración mientras dormían y yo me colaba en sus cuartos y pasaba mucho tiempo observándolos dormir. Recuerdo su olor después del deporte, sus caras en navidad, sus risas a la hora de la cena. Los recuerdo en mis brazos, sobre mis hombros, colgados de mis piernas tratando de impedir que me fuese a trabajar. Recuerdo sus expresiones cuando les regalé su primer coche, cuando me presentaron a la primera novia, cuando bebimos nuestra primera copa juntos. No podría vivir sin esos recuerdos, y no quiero hacerlo.

Los quiero mucho, hijos míos. Los he querido siempre, aunque no siempre me han escuchado decirlo. Los he querido más que a todo y son ustedes mi mayor logro.

Si me permiten pedirles una última cosa les pido que me recuerden como alguien que vivió a su manera y que a su manera salió de esta farsa a la que llamamos vida. Recuérdenme como un hombre dueño de sus actos que, ante la inevitable pérdida de tal autoridad, tomó la única decisión posible.

Sean felices y sepan que los he querido siempre como no podría haber querido otra cosa.

Adiós.

Deja un comentario