En efecto, he decidido no volver a comprar libros hasta que lea todos los que tengo empolvándose en el librero y donde algunos han estado durante años.
Todos saben que quienes leemos con disciplina, en mayor o menor medida solemos acumular ejemplares que vamos dejando para después, y que muchas veces después pasa a ser luego y luego se convierte en nuca. Pues yo he decidido romper con esa manía, y para ello me he dado a la tarea de censar los volúmenes que forman parte de mi lista de pendientes y que agrupo en la cabecera de mi cama sin orden ni concierto:
- Más allá del bien y del mar.
- El jardín secreto.
- Cisnes salvajes.
- Las cinco vidas del traductor Miranda.
- Por quién doblan las campanas.
- El péndulo de Foucault.
- Sherlock Holmes & Count Dracula.
- The mansión.
- Orlando.
- Ulysses.
- El idiota.
- Becoming.
- Una tierra prometida.
- Julio. La biografía.
- Philip and Alexander.
- La Ilíada
- La Odisea.
- La Eneida.
- Madame Bovary
- Moby Dick
- El Hobbit
- El señor de los anillos.
- Las aventuras de Arsenio Lupin

Si se mira bien son apenas 23 títulos, aunque, sumando las páginas de cada uno da para leer un buen rato. Algunos de estos volúmenes ya los había empezado y más tarde los había dejado a un lado, como es el caso de Las aventuras de Arsenio Lupin, y de Sherlock Holmes and Count Drácula. Una curiosa novela, esta última, que hace coincidir en tiempo y espacio a los dos legendarios personajes. Otros ya los he leído, pero fue hace mucho y bien vale la pena releerlos, entre estos se encuentran El hobbit, El señor de los anillos y Moby Dick, por ejemplo.
En general se trata de una lista de pendientes obligados, o casi. La mayoría son obras importantes de la literatura universal que no he leído o que quiero releer. Otras son biografías, novelas y aventuras, lecturas todas que he pospuesto durante demasiado tiempo, como Philip and Alexander, que es un libro que compré en Harvard Book Store en mayo del 2021 y que, según la crítica, es una formidable obra escrita por el historiador Adrian Goldsworthy, en la que, según la cita de Barry Strauss que aparece en la contraportada «Goldsworthy nos cuenta la historia de quizás la pareja de conquistadores padre-hijo más exitosa de todos los tiempos».
Entre los volúmenes de mi lista también hay una novela nueva, al menos más nueva que el resto. Se trata de Las cinco vidas del traductor Miranda, de Fernando Parra Nogueras, y que fue, precisamente, el último ejemplar que compré antes de tomar la decisión que me ha traído hasta este escrito.
Ni de lejos esa lista resume todos los volúmenes que poseo y que no he leído. En mis anaqueles tengo las obras completas de Charles Dickens y de Oscar Wilde. Tengo las obras escogidas de D. L. Sayers y de Francois Mauriac, las obras escogidas de Quevedo, las comedias de Shakespeare, un volumen que contiene cuatro obras de Calderón y otro titulado Grandes Escritores Rusos, y en donde se recogen obras de Púshkin, Gógol, Lérmontov, Goncharov, Turguéniev, Korolenko, Chéjov, Búnin, Andréiev, Kuprín y Gorky. Pero todos esos libros forman parte de la colección de clásicos que a veces abro y leo, pero que no son lecturas pendientes per se.


Mi mujer se ríe en mi cara cada vez que le digo que no compraré más libros hasta que termine con los pendientes. Yo me defiendo asegurándole que esta vez sí lo haré. Pero luego recuerdo que ella me conoce mejor de lo que yo lo hago y sabe que en el fondo sufro del síndrome de tsundoku, y que pronto no podré evitar el impulso de comprar otros libros que leeré o pondré en la lista de pendientes mientras compro otros con los que haré lo mismo, y así hasta el fin de los tiempos.
Fuera como fuere, el ejercicio de intentar superar la pila de pendientes bien vale la pena. Que sea o no un tsundokuiano, o como sea que eso se diga, es harina de otro costal, o, para seguir en sintonía con el asunto, es un capitulo aparte.
