Me arrastré por la pared azul, ¿o era verde? Superé la puerta del baño y seguí reptando por la superficie fría hasta alcanzar la entrada a la sala. Sobre los brazos de mi madre y apuntando en dirección al pasillo por el que yo había venido, estaba una cabeza cubierta de pelo negro. Mi abuela, seguramente uno o dos vecinos, Salmerón el de la ambulancia y, por supuesto, mi madre, esperaron a ver mi reacción. Yo puse mi manito de tres años y medio sobre la mata de pelo y, con la inocencia que solo puede tener un niño, acaricié a mi hermano, el único que tendría en toda mi vida y el único que he querido tener.
Ese es el primero de todos mis recuerdos, y hoy cumple cincuenta años.
Ser hermano de mi hermano no ha sido tarea fácil: se sentaba en medio del terreno de baseball y no se iba hasta que lo dejaran jugar a él también, secuestraba el balón de fútbol y exigía como recompensa que lo dejasen participar del juego, domesticaba perros con la mirada y luego les metía las manos en la boca ante el espanto de sus dueños, escondido en el traspatio se zampaba un cartón de huevos como si fuesen ciruelas, se hacía el muerto en cualquier esquina y nos sacaba un buen susto a todos. Una vez se escapó de casa, medio desnudo y en compañía de Sombra, nuestro fiel pastor alemán, cruzó el pueblo de punta a punta atravesando matorrales, campos de cultivo y vías del tren. Mientras en mi barrio se caía el mundo y en la escuela se imponía un receso de emergencia para que los estudiantes ayudaran a buscar al niño perdido. Dos horas después apareció, tan campante como si nada, de la mano de la abuela a la que había ido a visitar.
Todo eso antes de superar los cinco años.
Luego creció, crecimos, y con el tiempo fuimos cambiando, y alguna vez la vida nos separó rompiéndonos el pecho, pero pronto nos volvió a unir, porque no podía ser de otra manera.
Ahora estamos muy lejos de ser los niños que jugaban bajo el aguacero, que lanzaban guayabas verdes al tejado y a las ventanas del vecino solo por diversión, o que ataban a la cola de un gato callejero una cuerda con latas viejas y luego le untaban el culo al pobre animal con un irritante e inflamable estimulante. Superamos todo aquello, pero incluso hoy, que camino sobre la media rueda, sigo estando dispuesto a hundirme en lo profundo de la playa y empujar a mi hermano una, dos, tres, mil veces hasta hacerlo pisar el fondo y evitar que se ahogue. Aún dejaría mi juego de canicas para correr hasta él y desenrollar de su cuello la cuerda de aquel columpio que casi lo mata, cualquier cuerda, de cualquier columpio. Sigo siendo hoy, como lo fui antes, capaz de enfrentarme a todo y a todos por defender a mi hermano, por asegurarme de que esté a salvo.
Ha pasado mucho tiempo y ya no esperamos que nuestros padres nos corten una torta con velitas e inviten a los amigos y vecinos y nos tomen la ridícula foto detrás de la mesa con la torta y con botellas de refrescos junto a otros niños con cara de palo. Ahora, por nuestros cumpleaños nos regalamos whisky, plumas estilográficas, réplicas de la Venus de Milo, cajas de puros y alguna entrada en un blog que tal vez alguien leerá. Ahora somos adultos, según dicen. Ahora hay que mostrar formalidad, coherencia, respeto… hasta que nos unimos. Entonces, como salidos de la nada, resucitan los dos niños traviesos y cómplices, y el mundo vuelve a tener el color de nuestras escapadas en bicicleta, de las tardes de bañarnos en el canal del pueblo, de las fiestas en la casa de Alina, de las aventuras universitarias, de las madrugadas en el club Caguama “…a caballo vamos pal monte, a caballo vamos…”
Da igual lo que esperen de nosotros, da igual las pruebas que nos impongan. Nada ni nadie podrá impedir que tú y yo sigamos siendo aquellos niños traviesos, aquellos hermanos cómplices y que sigamos riéndonos de la vida.
Feliz cumpleaños, hermano mío. Bienvenido a la Media Rueda.
Sabes que aquí estoy y que aquí estaré siempre, como siempre.

waooo 👏👏👏🥳🥳🥳
Orgullosa de mis niños hechos hombre y sobretodo de esa unión de hermanos los quiero tanto a los dos que también daría mi propia vida por ellos
Felicidades a el cumpleañero, y felicidades al escritor que me arranco lágrimas con este escrito
Siempre fueron asi como cuenta esta historia muy real x cierto. Doy Fe d ello. Una familia q adoro y doy gracias a Dios x haber estado en ella. Y seguire no importa la distancia. Esas escapadas. Esa playa. Viaje al circo. En fin una vida llena d historias con inmenso Amor. Abrazo y Felicidades chiquitin travieso