LA MUELA DE CANGREJO

Hace un mes que soy un hombre de una sola mano. El 9 de marzo me practicaron una cirugía en el pulgar izquierdo y enseguida colocaron una escayola que cubre hasta el antebrazo y le da aspecto de muela de cangrejo a mi mano.

El yeso de color azul, rugoso y rígido, representa la mayor incomodidad que recuerdo haber tenido en mucho tiempo.  

No consigo hacer sin ayuda muchas de las cosas de siempre: bañarme, cocinar, hacer la cama, descorchar una botella de vino. En todo este tiempo he leído únicamente libros electrónicos porque el peso de mi Kindle es considerablemente inferior al de cualquiera de los libros impresos que tengo en los pendientes y, por lo tanto, mucho más fácil de maniobrar con una sola mano.

El enyesado dejó los cuatro dedos sanos libres para el movimiento, pero la rigidez en el resto del brazo no me permite girar la mano hasta dejar la palma en posición horizontal. Esto limita mis posibilidades para ejercer la escritura en una computadora. Como para escribir utilizo (casi únicamente) los dedos de la mano derecha, me demoro más de lo debido en cualquier tarea de esa naturaleza. Lo he intentado con ChatGPT pero el resultado no me ha gustado. Lo que salió parecía escrito por un chico de secundaria.

A cada rato debo poner en alto la mano para mitigar los latidos electrizantes que siento en el dedo. Imaginé que las pulsaciones aparecían cuando la sangre fluía hacia la zona afectada y descubrí que, elevarla reducía el dolor. Esto trae otra incomodidad, con los días el cascarón azul ha adquirido un olor rancio y mareante, a pesar de que he hecho todo lo posible por evitar que se humedezca o se ensucie con grasa o cualquier otra sustancia. Cuando me acuesto a leer en el sofá, o a ver una película, recuesto la mano al respaldo, cerca de mi cara y enseguida siento el tufillo pringoso que emana de la muela de cangrejo azul.

Mi esposa me ayuda a completar las tareas básicas que mencioné antes y otras que no nombraré por pudor. El ardor de la piel al rozar la gaza que la recubre; las palpitaciones eléctricas en el pulgar cuando por accidente choca con algún objeto; el dolor en los huesecillos de la parte superior de una mano que apenas muevo; y la maldita incomodidad de cargar con esta rigidez insoportable y mal oliente, con eso me las tengo que arreglar yo solo. Quedan casi dos semanas de calvario. No será hasta el 21 de abril que deje de ser un hombre crustáceo y me devuelvan al fin mi mano. Ese día haré muchas cosas, o las cosas que pueda, según lo que oriente el doctor. Tal vez no consiga ser boxeador, levantador de pesas o cualquier otra cosa que demande un esfuerzo considerable y un uso extremo de las manos. Pero nadie podrá impedirme cerrar el puño, lavarme la mano y el brazo, tomar un libro impreso, escribir a dos manos y, sobre todo, no volver a oler nunca más el repulsivo tufo de esta maldita muela.

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