EL ZORRO Y LOS SABUESOS

En el verano de 2021 se publicó la novela, EL ZORRO Y LOS SABUESOS. A casi dos años de salir a la venta, he querido compartir el primer capítulo con los lectores de Mediarueda que, tal vez, aún no conozcan de la existencia del libro. He de advertir que se trata de un thriller policiaco y, por tanto, las escenas de violencia son comunes durante toda la narración. EL ZORRO Y LOS SABUESOS consta de 33 capítulos y de un total de cuatrocientas siete páginas, incluyendo prólogo, aclaraciones y agradecimientos. Es una historia inspirada en hechos reales y todos los escenarios que se recrean en la trama son reales. No obstante, la novela pertenece al mundo de la ficción y es 100% fruto de mi imaginación. A continuación, podrán leer el comienzo de EL ZORRO Y LOS SABUESOS y podrán ver el Book-trailer que creó la editorial a cargo de su publicación.
¡Que lo disfruten!

El detective Alex Ramírez y la psiquiatra forense Rachel Robinson están a cargo de aclarar dos asesinatos ocurridos en la ciudad de Miami. Dichos crímenes amenazan con convertirse en los primeros de una larga lista de ejecuciones si no se atrapa pronto al supuesto responsable.

EL ZORRO Y LOS SABUESOS

Capítulo 1

Miami, 1975

Antes de golpearla en las costillas, le cruzó la cara de un puñetazo que le hizo saltar la sangre de la boca. Después la lanzó a un rincón, se arrojó sobre ella y le aferró el cuello. La mujer no podía gritar a causa de la presión en el esófago. Intentó defenderse con las uñas y apenas consiguió arañar la cara de su esposo. Él apretó aún más sus toscas manos y, tras uno o dos minutos de forcejeo, los brazos de ella cayeron rendidos y sin fuerzas. Ni siquiera la punzada en sus costados igualaba la angustia por la ausencia de oxígeno. Se desesperaba por meter un poco de aire en los pulmones, pero el rollo de hebras rasposas que creía tener en su garganta se lo impedía. Su esfuerzo por respirar se aceleró y su cuerpo se sacudió con espasmos hasta que la orina caliente le mojó los muslos. De repente la invadió una sensación de impotencia. ¿Cuánto tiempo pasaría hasta que descubrieran su cuerpo? ¿Quién se interesaría por ella? ¿Quién preguntaría por ella? ¿Cómo podrían probar lo que había sucedido? La lengua hinchada le llenó la boca, y su mirada se enturbió con un color grisáceo. Entonces supo que no quedaba nada más que hacer y se rindió a lo inevitable. Con sus ojos desorbitados buscó la cara del hombre que le quitaba la vida. No logró distinguir nada, solo escuchó su jadeo animal.

Tras asegurarse de que ya no ofrecía resistencia, Carl Simonetti aflojó sus manos, y el cuerpo de su mujer se desplomó a sus pies. Se hincó junto a ella y comprobó que no tenía pulso. El sudor de la frente le goteaba dentro de los ojos abiertos de la muerta. Carl se incorporó, respiró hondo y cerró los ojos; después se alisó el cabello y se enjugó el rostro. Esa mujer estaba loca —se dijo—, le hacía la vida imposible y con sus celos e impertinencias había provocado lo sucedido. ¿Cómo explicaría todo aquello?

De repente se le ocurrió una idea que podría solucionar todos esos interrogantes. Buscó una cuerda y la ató al cuello de su mujer. Después la colgó de uno de los travesaños en el techo de la casa rodante donde vivían. Por último, tumbó una silla bajo sus pies, dando con esto el toque final a una aparente escena de suicidio. Una vez que todo estuvo como quería, metió en su camioneta una tienda de campaña, algunas latas de comida en conserva, dos paquetes de cervezas y su fusil con mira. Cerró la puerta del remolque y se fue de caza al oeste del estado.

A su regreso, cuatro días más tarde, encontró la casa rodeada por una cinta amarilla y la puerta sellada con la insignia de la Policía de Miami. Antes de que Simonetti saliera de su coche, dos carros patrulla aparecieron chirriando las ruedas sobre la tierra muerta, que se levantó formando una cortina rojiza. Los agentes lo hicieron salir de la camioneta y tirarse al suelo donde lo esposaron mientras lo encañonaban con sus armas. Bajo la presión que ejercía la rodilla de un Policía en su espalda, fue informado de su detención por el asesinato de Pearl White.

Al principio del proceso se defendió con su habitual elocuencia, y alegó encontrarse lejos de casa en el momento en que se produjo la muerte. Agregó que, según el abogado de oficio que el estado le había asignado, todo indicaba que su mujer se había suicidado. Con un lenguaje que impresionó a los investigadores por lo versátil y bien articulado, aseguró que su esposa sufría de depresiones y fuertes crisis cada vez que él se iba de caza. Sin embargo, por más convincente que sonara su discurso, la defensa no pudo sostenerse frente a la evidencia forense que arrojó la autopsia.

En el cuello de la víctima se encontraron trozos de vértebras abiertas, y los rayos x mostraron el hueso hioides cruzado por líneas oscuras que indicaban fractura. Esto demostraba que la muerte se produjo por estrangulación provocada al aplicar una gran fuerza, y no por ahorcamiento con cuerda. En los casos de muerte por ligaduras, las lesiones aparecen en otra zona, y las magulladuras se observan alrededor del hueso hioides, sin que este llegue a fracturarse. La piel del cuello presentaba moretones provocados con violencia y las carótidas obstruidas, lo que impidió el flujo de oxígeno al cerebro hasta provocar la muerte. Esto apoyaba la hipótesis sobre la presión que hubo de ejercerse sobre el hioides hasta fracturarlo. En adición a todo esto, de las uñas de la víctima se extrajeron muestras de piel y sangre, y los análisis con las enzimas demostraron que coincidía con las de Simonetti.

Ante esta evidencia, el acusado cambió su declaración de inocente por la de culpable, y aseguró que todo había sido producto de un accidente al intentar defenderse de las agresiones físicas de su mujer. El jurado, en su mayoría compuesto por hombres, lo encontró culpable de asesinato sin premeditación, y Carl Simonetti fue sentenciado a veinte años en prisión. El derecho a libertad condicional se le otorgaría solo después de haber cumplido por lo menos el cincuenta por ciento de la condena.


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