Cuando los pisos laminados se hinchan es porque hay agua debajo de la superficie. Si algo asusta a los que administran el complejo de apartamentos donde vivo son los pisos mojados.
El de mi casa se ha inflado.
Hace unos días (bastantes) le comuniqué a la administración del edificio que había descubierto marcas de humedad en el pasillo, frente al closet del aire acondicionado centralizado. Esa misma tarde vino un muchacho de mantenimiento y revisó sin mucho entusiasmo. Como no consiguió encontrar la causa del percance, o sea, el salidero de agua, se fue. Con el transcurso de los días el daño se extendió y se hizo más visible, por lo que hoy volví a alertar a los de la administración sobre la gravedad del asunto. Enviaron al mismo chico de la vez anterior.

En esta ocasión el muchacho sí decidió esforzarse por encontrar la causa del siniestro, frente a la evidencia no podría haber sido de otra manera. Revisó con detenimiento y al no encontrar nada sospechoso a simple vista, concluyó que el agua debía provenir de una tubería averiada dentro de las paredes. Para descubrir la rotura decidió romper el yeso en la parte interior del closet.
Hace cinco años que vivimos aquí y no es la primera vez que sucede algo similar. Claro que las veces anteriores la culpa fue siempre mía, o de algún tipo de mala suerte mía, qué sé yo.
Habíamos estrenado nuestro apartamento antes de que todos los del edificio estuvieran terminados. Una semana más tarde, al regresar descubrimos que la cocina y el comedor parecían una piscina. Por el sonido que hacía la pitera pude identificar qué había causado la inundación y corrí a cortar el agua. Se había reventado una de las mangueras de un purificador que yo había conectado a la nevera. Al día siguiente empezaron a cambiar el piso en todo el comedor y en la entrada de uno de los cuartos. Nunca me pasaron la factura de aquella reparación. Todavía pienso que debieron confundir mi caso con el resto de las obras que se llevaban a cabo en el complejo por aquellos días. ¡Tuvimos suerte!
El boquete en el closet no fue de mucha ayuda. Como no pudo descubrir la rotura por esa vía, el de mantenimiento decidió levantar una tira de yeso a lo largo de toda la pared exterior. Había trozos de paredes por todos lados y el muchacho, subido en una escalera, sostenía una cuchilla afilada y desollaba mi casa con la saña de un inquisidor medieval. De nada sirvió la maniobra porque se topó con una armazón metálica que sirve de soporte y que impide ver las tuberías que, posiblemente, se encuentren detrás.

El chico se rascó la frente y yo me pregunté hasta dónde estaría dispuesto a llegar. Consideré la idea de remover los cuadros de las paredes y correr el bar que estaba cerca del área en obras, pero luego reconocí que el muchacho había sabido controlar el destrozo en el pequeño espacio donde trajinaba, y que posiblemente mis adornos y muebles no correrían peligro, todavía.
Cuando le conté lo que pasaba y le envié fotos del desastre, mi mujer me respondió con un emoticono que podía significar lo mismo espanto que preocupación o ataque (en el mejor castellano-cubano posible).
Después del accidente con el purificador conectado a la nevera decidí cambiar su instalación a la llave del fregadero. Compré un grifo de tres vías: una para el agua fría, otra para el agua caliente y una tercera para el agua que pasaba por el purificador. Así podríamos recoger en una jarra el líquido purificado y ponerla a enfriar en la nevera para luego consumirla. Unos días después, o tal vez unos meses después, nos despertamos sobresaltados. Eran las siete de la mañana y nos echaban la puerta abajo.
Cuando salté de la cama me hundí en el agua hasta los tobillos. Corrí a la cocina y corté la entrada de agua, luego abrí la puerta.

¿El filtrito otra vez?, me dijo el jefe de mantenimiento en cuanto les abrí.
Más tarde supe que el agua había salido por el restaurante de los bajos del edificio (yo vivo en un décimo piso). Según me dijeron, la vecina del piso nueve dio la voz de alarma al despertar para ir a su trabajo y descubrir que su habitación se inundaba. Con la posterior inspección se detectaron daños parciales en los dos apartamentos a cada lado del mío, en el del nueve y en el del ocho.
A mi casa tuvieron que cambiarle el piso de todas las habitaciones. Las obras duraron casi diez días y la factura superaba los seis mil dólares.
Hasta ese momento la lapidación del closet no había conducido a ninguna parte, pero si había llegado hasta allí, no se detendría hasta encontrar lo que buscaba. El de mantenimiento intentó por otro sitio y cortó un cuadrado de yeso en la pared que une el closet de A/C con las lavadoras. El trozo de tubería que había querido examinar en su primer corte quedó mucho más expuesto. Pero allí tampoco habían señales de humedad. A esas alturas yo ya estaba convencido de que tendrían que rehacer toda la pared de ese lado de la casa. El chico estaba dispuesto a tirarla abajo si era necesario, pero antes de ir por otro trozo tuvo el tino de volver a examinar el piso en las áreas que presentaban hinchazón, para ver si conseguía formarse alguna idea más clara de lo que sucedía.

Con el aire acondicionado corriendo revisó a conciencia cada pulgada del área afectada por la humedad. Por fin concluyó que el goteo tendría que provenir de la máquina de aire acondicionado. A mí eso me pareció absurdo porque esas máquinas no utilizan agua. Claro que pueden producir agua por un efecto de condensación en las tuberías de gas frío, si estas no han sido propiamente recubiertas de material aislante. En tal caso la humedad se puede distinguir a simple vista y en la superficie, no por debajo del piso.
Después de recoger y limpiar el área, el chico dijo que tomaría su almuerzo y que regresaría más tarde. Me dijo que pediría autorización a sus jefes para levantar el piso del pasillo y así poder encontrar el “manantial”. Tomó la escalera y sus herramientas y se fue dejando mi casa llena de cráteres y con el piso abofado.
Cuando me dijeron lo que tendría que pagar por la inundación que causé con mi purificador puse el grito en el cielo. Enseguida pedí una reunión con los directivos de la junta del edificio (los dueños, o los que trabajan cerca de los dueños, o los que toman las decisiones como si fueran los dueños). El señor argentino que me atendió (todos los dueños del edificio son argentinos) me explicó con mucha amabilidad por qué no podía darme una rebaja en la factura. Dijo que esa cantidad era la que les cobraba a ellos la compañía que se encargaba de cambiar el piso. Agregó, con razón, que ellos no tenían por qué correr con los gastos de una rotura que yo había provocado.
Mejor tomá vino y dejá de instalar filtros de agua que no soportan la presión de las bombas del edificio, me dijo con su acento peculiar. El vino mata todos los bichos, che. Haceme caso, tomá vino, que es mejor para vos y te sale más barato que un piso nuevo.
Le he hecho caso desde entonces.
el vino es mejor que el agua

El salvador de mi piso regresó pasadas las tres de la tarde. Traía autorización para levantar la parte afectada. Al sacar las primeras tablas la habitación se llenó de un olor rancio, como de fosa. Había mucha agua estancada debajo de la madera y por el tufo que despedía se adivinaba que llevaba allí mucho tiempo.
Inmediatamente el muchacho se dio a la tarea de extraer la humedad con una aspiradora industrial. A medida que sacaba agua descubría que debía levantar otras tablas porque el agua había llegado mucho más lejos de lo que sospechábamos. Por fin me avisó de que él no podía hacer nada más y que los plomeros vendrían en otro momento a intentar solucionar el asunto. Como es viernes, lo más probables es que tenga que esperar hasta el lunes para que vengan.
Tendré que pasar el fin de semana con un trozo de piso desconchado y con la amenaza de que el olor a agua estancada no desaparezca.

¿Tú sabes cuáles son los números que se juegan en la lotería cuando hay sucesos de agua? Le pregunté a mi mujer en cuanto entró por la puerta con una cara como si estuviese a punto de gritar:
esto no puede estarnos pasando otra vez.
