NI 14 DE FEBRERO, NI VENECIA SIN TI.

Es 14 de febrero y ya estamos otra vez con una marea de corazones inundando las redes sociales y los grupos de WhatsApp. Las tiendas venderán millones en cajas de chocolates, en elegantes fragancias y en lencería fina. Esta noche será imposible conseguir una mesa para cenar en un buen restaurante y podríamos sospechar, sin temor a la equivocación, que en la mayoría de los hogares se hará el amor con pasión y desenfreno.

Es día de San Valentín, no podría ser de otra manera.

Ayer en la tarde, mientras preparábamos una picada que nos sirviera de cena, mi esposa y yo reflexionábamos sobre esta fecha y sobre la manera en que nosotros la hemos celebrado durante 22 años de matrimonio. Sin embargo, no conseguimos recordar más de dos ocasiones. La primera vez que lo hicimos fue con una cena en Rusty Pelican, un restaurante frente a la bahía, con muy buenas vistas de Miami, y que, en aquel año 2001, era un sitio romántico y elegante. La segunda celebración que pudimos recordar ocurrió 19 años después de la primera, y lo hicimos con un viaje a Londres, aunque hasta hoy no sabemos si el día 14 hicimos algo especial por motivo de la fecha.

Es probable que hayamos festejado este día en más ocasiones, por supuesto que sí, es solo que no logramos ubicarlas en la memoria.   

Muchas parejas toman este día para confesar su amor con todo tipo de gestos y acciones presumiblemente románticas: cenas con velitas, champán, música suave, palabras cándidas, chocolates y flores (no olvidemos la canción de Miley Cyrus, por si acaso a alguien le toca: «I can buy myself floweeerrrsss…»). Nosotros no lo hacemos, y al darnos cuenta de ello se nos dispararon algunas alarmas.

Cualquiera que nos conozca a mi esposa y a mí (en persona o de manera virtual) sabe que somos una pareja con muy buena relación y que disfrutamos muchísimo de nuestra unión. Solemos ir a menudo a la playa para ver el amanecer sentados en la arena con una taza de café entre las manos. Bailamos cuando nadie nos ve y cuando nos ven todos. Cocinamos juntos y a cada rato cenamos en un buen restaurante o en casa, con una vela en la mesa o, en nuestro balcón, bajo la luz mortecina de una maravillosa puesta de sol. El champán jamás lo guardamos para fechas señaladas y no nos falta en casa una bombonera de cristal llena de chocolates. Los perfumes y las flores se compran en cuanto se acaban o cuando nos apetece a cualquiera de los dos. Entonces ¿cómo es que no hacemos algo espectacular en un día como este?

La respuesta es simple: lo que se hace hoy, nosotros lo hacemos siempre. No necesitamos de una fecha para recordarnos que somos especiales en nuestra unión y que tuvimos la mejor suerte del mundo al encontrarnos. No es igual a los cumpleaños o las Navidades. A nadie se le ocurriría cortar un pastel y soplar velitas un día cualquiera del año, o poner un pino en casa y llenarlo de luces y de regalos en agosto, por ejemplo. Pero lo que se hace hoy sí se puede hacer cualquier día, todos los días.

Tal vez sea esa la razón por la que nosotros, que nos servimos de cualquier pretexto para formarla (festejar), no conseguimos recordar más de dos ocasiones en las que hayamos celebrado San Valentín porque cualquier día, todos los días son del amor y la amistad para nosotros.

Es por ello que esta fecha transcurrirá como cualquier otro día: despertamos con el mismo saludo de siempre (yo: buongiorno principessa. Ella: amore mio), a medida que pasen las horas nos enviaremos mensajes con frases de cariño o con chistes que habremos descubierto en las redes, en la tarde nos reencontraremos con un beso, bailaremos en la cocina y cenaremos juntos algo que se me ocurra preparar, con velas o sin ellas. Luego beberemos un coctel, un vino francés o terminaremos el champán, si es que se nos ocurrió cenar con él. En nuestro balcón escucharemos blues y yo fumaré un puro que acompañaré con un expreso muy cargado. Al final de la noche nos acostaremos juntos a leer, muy cerca, tocándonos con los pies. Después de un rato ella apagará su lámpara de noche y me besará en el hombro antes de darse la vuelta para dormir. Diez minutos más tarde yo me abrazaré a su espalda y seguiremos siendo felices.

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