Soy un incorregible lector de novelas. He pasado la mayor parte de mi vida consumiendo ese tipo de libros y durante años he creído que, al menos en las buenas novelas, la ficción que se narra es más real que la propia vida. No es de extrañar entonces que al querer convertirme en escritor me decantara precisamente por ese tipo de narración.
Según un artículo de la Revista Antropológica Homo Homíní Sacra Res resulta «una misión difícil establecer un mapa conciso de los tipos de novelas que existen al día de hoy». De acuerdo con la lista que ofrece la revista, mis gustos literarios, con diferente orden de prioridad, cabrían en los siguientes géneros: Realista, Suspense y misterio, Aventuras, Fantástico, Histórico y Humorístico. Según esto, y siguiendo siempre la mencionada lista, solo el género de novela romántica me resulta antipático. No obstante, debo aclarar que no todos los subgéneros dentro de cada género son de mi agrado, como ocurre —salvo algunas excepciones— con las novelas de ciencia ficción, y como sucede definitivamente con las novelas de vampiros que, a no ser Drácula, no me disparo ninguna.
Pero no creas que mi mundo se reduce a leer solo novelas, por supuesto que no. De vez en cuando leo cuentos y relatos o algo de poesía; estoy subscrito a la revista La Aventura de la Historia; cada mañana leo artículos en BBC Mundo y en ABC, y durante el almuerzo leo noticias en NBC News y, por si fuera poco, soy seguidor de media docena de blogs de escritores con temas variopintos. En mi biblioteca personal podrás encontrar libros de historia, de viajes, de arquitectura, de fotografía, periodismo, cocina, economía, matemáticas, música, y hasta un libro titulado Noticias de las cosas memorables de Guipúzcoa; impreso en el año 1900 y que trata sobre la Descripción de la provincia y de sus habitadores; exposición de las instituciones, fueros, privilegios, ordenanzas y leyes; reseñas del Gobierno civil, eclesiástico y militar; idea de la administración de justicia, etc., que no sé dónde queda Guipúzcoa pero vi el libro en una librería de viejo en Vitoria y lo compré. Ya me enteraré de todo cuando lo lea, que lo haré.
Tengo en mi poder, también obras de teatro, libros sobre cigarros puros y sobre cocteles, sobre la historia del Jazz —en fotografías—, y hasta sobre crecimiento personal. Tengo una Biblia y un ejemplar del Sagrado Corán, además de El origen de las especies, de Charles Darwin, colocados uno junto al otro por una cuestión de contraste.
Y a pesar de ello, el noventa por ciento de mis libros, o más, son novelas que trato como a conejos dentro de una chistera, como si la magia existiera únicamente dentro de mi propia chistera. Y es que creo que es en las novelas donde descubrimos la vida como debió ser. Las novelas son, en la mayoría de los casos y según veo yo las cosas, la versión más creíble de lo que debió suceder. O acaso te atreverías a plantear un mejor final para Florentino Ariza y Fermina Daza en la vida real, o a sugerir que lo ocurrido en una abadía al norte de Italia, durante el año 1327, podría haber sido narrado por otro Adso de Melk; o incluso, te atreverías a proponer que Cosette hubiese tenido mejor suerte de no haber muerto Fantine y no haberse hecho cargo de ella Jean Valjean. No, querido amigo, la literatura crea los mejores finales, los mayores conflictos, los escenarios más creíbles, la versión más real de la vida.
Si has conseguido leer hasta aquí, ya te estarás preguntando a dónde quiero ir a parar con tanto género, tanto personaje y finales de novelas y tanta palabrería. Pues ha sido por defender a capa y espada mi aprecio por la novela antes de que le tocara el turno a lo que viene ahora.
Como padezco del llamado síndrome tsundoku, al menos en la versión que puedo costearme, compro libros, entre otras cosas, cuando leo alguna reseña que me guste, cuando lo recomienda una escritora o escritor a quien respeto, cuando se menciona en una novela que leo y que me gusta o cuando lo ha escrito un autor o autora que ya he leído antes y me ha gustado. A veces resulta en una mala elección, otras veces el ejemplar pasa largos periodos de tiempo en la lista de pendientes y en afortunadas ocasiones, como sucedió esta vez, son una verdadera sorpresa.
Me refiero a dos libros en particular. El primero es Un cuarto propio, de Virginia Woolf. Se trata de un extraordinario ensayo, resultado de una conferencia que dictó la escritora y que reflexiona sobre la situación de la mujer en el mundo, principalmente en en ámbito de la literatura. Algunas de las observaciones siguen vigentes en la actualidad, aunque presumo que no tanto en la parte correspondiente a la literatura. La principal premisa de que, para dedicarse a escribir, las mujeres necesitan una renta fija de £500 al año y un cerrojo en la puerta de su cuarto propio, podría aplicarse hoy, con las variaciones propias de la época actual, a casi todos los escritores, yo el primero.
Qué distinta podría llegar a ser mi obra —digo yo queriendo decir nosotros escritores— si tuviese un ingreso residual que cubriese todos mis gastos y gozase del absoluto aislamiento de un cuarto propio, sin interrupciones.
De cualquier manera, y es esta la razón de esta entrada, el ensayo de Woolf es una auténtica maravilla que, sin pertenecer a ningún género novelesco, me ha dado mucho placer al leerlo.
Es un agudo análisis sobre la mujer, los escritores y la literatura, lleno de frases geniales como esta: «la novela es una telaraña ligada muy sutilmente, pero, al fin y al cabo, ligada a la vida por los cuatro costados.», o como esta otra: «Escribir lo que uno quiere escribir es lo único que importa, y que eso importe por siglos o por horas es lo de menos.» También es un escrito que juega con hipótesis fantásticas, pero no menos interesantes, como la de la posible hermana poeta de Shakespeare, condenada al fracaso y finalmente al suicidio, debido a su desbordante talento.
Concluye Virginia Woolf, después de mucho análisis, citar ejemplos y de inventar hipótesis, que para que una obra sea realmente transcendental, no debe ser ni masculina ni femenina de manera radical, sino andrógina.
Un sorprendente libro que me ha sacado de mi costumbre habitual de leer novelas y me ha ratificado lo que ya sabía, que la magia también existe en otros escritos.
El segundo ejemplo, y por una cuestión de gustos, el que más me ha impactado, es La ridícula idea de no volver a verte, de Rosa Montero. Este libro no podría calificarse de ninguna manera: no es un ensayo ni una biografía o auto biografía; no es un relato, un libro de historia o un diario y, definitivamente no es una novela. Y sin embargo es todo eso a la vez. Es, por sobre todas las cosas, una conversación personal con la autora y por ello es extraordinario.
A partir del diario de Marie Curie, Rosa Montero construye una impactante narración que nos permite acercarnos hasta casi tocar con las manos, tanto a la científica polaca, como a la escritora española. Un escrito que nos habla del amor, de la ciencia y la ignorancia, de las mujeres y los hombres, de la pérdida, del dolor, de la muerte y de la vida, del sexo, de la literatura, de la libertad y la rebeldía. Un magnífico libro sobre la vida y sobre la muerte y sobre la sabiduría de quienes aprenden a vivir con ligereza. Un manantial de frases gloriosas como esta: «Solo siendo absolutamente libre se puede bailar bien, se puede hacer bien el amor y se puede escribir bien.»
De Rosa Montero había leído La buena suerte y La carne, y antes de haber terminado de leer La ridícula idea de no volver a verte he comprado Historia del rey transparente. Algo tendrá esta escritora que me llama la atención.
Como podrás ver, estimado amigo, la literatura es tan absurdamente vasta en su encanto que, aunque seamos amantes y defensores incondicionales de este o aquel género, siempre podrá sorprendernos un libro fuera de nuestro círculo de elección habitual.
No podría, aunque echara el bofe, responder a la pregunta de por qué hay tantos que no leen nada nunca, o casi nunca, que viene a ser lo mismo. Únicamente podría decirte que somos tipos como tú y como yo, y como tantos otros mejores, quienes tenemos el deber de hacerles ver a aquellos pobres, que existe un mundo maravilloso entre las páginas de un libro. Que hay magia en leer y que la vida no será jamás completa sin la literatura. Y si, después de esto, dicen, por ejemplo, que prefieren viajar, aplaudamos su decisión e imitémoslos lo más posible, viajar es una maravillosa forma de vivir. No obstante, recordémosle la gloriosa idea que Umberto Eco puso en boca de Baudolino y que decía más o menos así: Como es imposible viajar a todos los países del mundo, no nos queda más que leer todos los libros del mundo.
Si a pesar de nuestro esfuerzo, esos necesitados son capaces de esgrimir la pobre escusa de la falta de tiempo, entonces solo nos quedaría sentir pena por su angustiosa infelicidad.

Leer instruye, entretiene ,educa y sin lugar a dudas es algo que todos sabemos hacer ,gracias por tus recomendaciones