Apenas visito mi página de Facebook. Al menos no lo hago con el entusiasmo de antes. Casi todas mis publicaciones recientes en esa plataforma responden a un referido automático desde mi blog, o desde mi cuenta de Instagram, que es la única red social que utilizo con regularidad. Me harté de todas las demás. No obstante, es una tarea difícil renunciar por completo a esas impersonales y adictivas trampas de realidades alternativas, por eso, de cuando en cuando, me paseo por ellas a ver qué encuentro, y porque me gusta leer lo que escribe un selecto grupo de personas a las que no conozco personalmente y con quienes no mantengo comunicación directa.
Fue una publicación de Ana González Duque lo que llamó mi atención esta vez. Se trataba de un enlace a una entrada de su blog, titulada «Los libros que cambiaron mi vida». Según González, escribió su artículo inspirada por la charla «Me ha hecho escritora la vida», de Begoña Oro donde Oro menciona el título de los dos libros que la hicieron elegir la carrera. En su entrada del blog, Duque reflexiona sobre ello y conforma una lista con los libros que la hicieron escritora a ella: «Tal vez no sean exactamente los libros que me cambiaron la vida (o no todos), pero sí que puede que sean los que me hicieron escritora y los que me hicieron elegir los géneros que escribo. O tal vez solo son los que me hicieron lectora y lo de escritora es una extensión de ser lectora. Porque escribo historias que me gustaría leer.»
Yo no podría hacer algo similar, aunque echase el bofe intentándolo. No puedo nombrar un solo libro al que pueda culpar por haberme hecho escritor, o aprendiz de escritor. En todo caso tendría que agradecer a Mariela Abreu por abrirme los ojos y hacerme ver que yo también podía ser uno de esos tipos que cuentan historias con letras y signos de puntuación. Hasta la tarde de aquel encuentro nuestro, en la casa de una amiga en común, hace ya muchos años, yo vivía con la absurda idea de que no bastaba cierta habilidad, disciplina y tener algo que contar para convertirse en escritor. Creía que se necesitaba un no sé qué adicional. Como un don divino, o vaya usted a saber qué. Mariela me hizo ver qué equivocado estaba.
Claro que podría hacer una lista con los libros que más me han marcado como lector, eso sí:
El tábano
El perfume
El Hobbit y El señor de los anillos
Las aventuras de Sherlock Holmes
Doña Bárbara
El conde de Montecristo
Hamlet (todo lo de Shakespeare)
El padrino
El nombre de la rosa
Los miserables
Cien años de soledad
Don Quijote de la Mancha
La metamorfosis
Esos serían títulos que leí siendo muy joven y no representarían en absoluto la totalidad de los libros que me han marcado como lector y que he ido descubriendo a través de los años:
La isla de los amores infinitos
Matar a un ruiseñor
La ciudad y los perros
París era una fiesta
Claus y Lucas
El cementerio de Praga
El cuento número 13
A sangre fría
La casa de los espiritus
La lista sería muy larga y con toda seguridad quedarían fuera muchos títulos con los que he pasado momentos verdaderamente mágicos, y que podrían o no coincidir con los gustos de otros lectores o de la crítica especializada..
Yo no puedo cargar la responsabilidad de ser escritor, o de querer serlo, en uno, en dos o en treinta libros. La culpa de mi vocación la tiene la literatura, la palabra escrita, el olor de las páginas, las bibliotecas, los anaqueles, la ventana que se abre con cada lectura, el viaje imaginario al que subo con cada libro que leo. Y en todo caso, mis profesores de primaria y secundaria con aquellos cuentos e historias que me fascinaban y me hacían viajar lejos del pueblucho polvoriento donde vivía.
Con el tiempo me he convencido de que la responsabilidad de que sea escritor la tiene los celos. La envidia de querer hacer lo que otros han hecho antes y siguen haciendo de manera tan magistral. Las ganas de contar, de decir, de vaciar mi cerebro repleto de historias. Eso es lo que me empuja a diario, y cada vez con mayor fuerza.
Sería mucho más fácil si pudiera nombrar un puñado de títulos y asegurar que gracias a ellos quise ser escritor. Admiro a los escritores que son capaces de tal acierto. Pero si yo lo hiciese, con seguridad mentiría, y para mentir ya tengo mis propios libros.
