El ciclo

Cuando mis hijos eran chiquitos los llevaba a jugar en la sección infantil de Barnes and Noble. Me sentaba en el piso de la librería y les leía un cuento o los ayudaba a ojear las páginas de un libro que les llamase la atención. Quería fomentar la lectura en sus mentes jóvenes, pero eran niños muy dinámicos y la quietud de aquella actividad no ayudaba mucho a que canalizaran su energía desbordante.

Por aquellos años había en Miami dos sitios que gozaban de gran popularidad entre los chicos y entre los padres que no sabíamos qué hacer con ellos. Chuck E. Cheese y Dandy Bear eran el paraíso para los pequeños de comienzos del siglo XXI. Mientras los traviesos enanos saltaban, se colgaban, se deslizaban y hacían piruetas entre los pasadizos y trampolines de los laberintos acolchados, los padres nos reuníamos en una mesa desde donde pudiéramos observarlos jugar y pedíamos una jarra grande de cerveza clara, unas cuantas alitas de pollo picante y unas cuñas de pizza que destilaban grasa en exceso y producían una acidez endemoniada. A medida que mis hijos fueron creciendo aquellos salones recreativos dejaron de ser importantes para ellos, cediendo su lugar a los juegos de baseball y de fútbol. Más tarde les interesó la pesca, lanzarse al mar desde puentes (mientras más altos mejor) y bañarse en el canal que quedaba al fondo de la casa de mi primo, a pesar de la amenaza de cocodrilos y otras alimañas acuáticas.

Después llegó otro período y con él llegaron los amigos, los primeros amores, y las fiestas de adolescentes, hasta que por fin fue hora de que tuviesen coche propio. Mis hijos ya habían dejado de ser niños.

Un día el mayor se fue de casa y nunca más regresó. Ya era un hombre, o casi, aunque al mirarlo yo siguiese viéndolo como cuando jugaba en Dandy Bear. Construyó su vida con lo que yo le había enseñado y antes de que me acostumbrara a todo aquello, el menor también dejó el hogar.

Mis hijos son hoy dos hombres que me invitan a un bar, hablan conmigo de deporte y no permiten que cargue cosas pesadas en su presencia sin que sean ellos quienes hagan el esfuerzo. Saben de coches mucho más que yo, hablan de los records de jugadores de futbol que yo ni siquiera he escuchado nombrar, se burlan de mi torpeza en el manejo de la tecnología digital y de mi manera de pronunciar algunas palabras en inglés. Con sus seis pies de estatura, sus cabellos negros y sus miradas de estrellas de cine, son tanto mi orgullo como mis guardaespaldas.   

Ya no soy para ellos el padre que los llevaba a divertirse y los protegía de cualquier amenaza, aunque sigo siendo la fuente de información en la que más confían.

«Papi, tu que lo sabes todo, dime quién fue…, en qué año pasó…, qué significa…, cómo se dice…» preguntan. «Ojalá lo supiese todo», respondo riendo antes de aclarar sus dudas de la manera en que mejor pueda.

Mi hijo mayor me ha convertido en abuelo. Las noches en que la niña se queda en casa duerme entre mi esposa y yo, y al día siguiente es la única de los tres que despierta descansada y llena de energías. Cuando pasamos días solos con ella intentamos armar un programa que la entretenga y le dé tiempo de calidad con sus abuelos. En casa tocamos juntos el piano o la guitarra, y bailamos los tres. Vemos animados en la tele y cantamos a coro las canciones de sus películas favoritas.

Aún no ha cumplido dos años y ya se sienta junto a mí en el piso de la sección de los más chicos en Barnes and Noble, donde le leo un cuento o la ayudo a ojear las páginas de un libro que le llame la atención. No sé si todavía exista Chuck E. Cheese y Dandy Bear, pero en la ciudad hay lugares más modernos y sofisticados que cumplen el mismo objetivo. Ella, como su padre y su tío, es una niña con mucha energía así que la llevo a esos sitios de diversión infantil y la observo jugar sin que esta vez medien jarras de cerveza o grasientas cuñas de pizza.

Tal vez, si tengo suerte, un día mi nieta construya su vida con algo de lo que yo pueda haberle enseñado y al fin sepa mucho más que yo de todas las cosas importantes. Aunque alguna vez se acerque a mí para decirme «agüi, tu que lo sabes todo, dime qué es…». Entonces sabré que ha valido la pena.

Un comentario sobre «El ciclo»

  1. Interesante y emotiva reflexión, quiera Dios que ella se apasione como su abuelo en la lectura porque es la herramienta más eficaz para la adquisición de cultura y conocimiento

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