En la ciudad de Miami, un cubano prepara una sopa con muelas de cangrejos de la costa sur de Chile. La cocina es sueca, la cazuela de acero alemán. Desde la bahía le llega el trompetazo de un crucero noruego mientras él se refresca con un Gin & Tonic a base de ginebra escocesa. Luego, en su mesa vietnamita, acompaña el caldo con un pulpo a la gallega que riega con abundante aceite de oliva español y colorea con paprika húngara. La cerveza es belga.
Después de la cena el calor ha menguado y el balcón invita a tomar un expreso italiano y a disfrutar de las vistas de la moderna Babel. Desde un parlante chino que está sobre una mesa filipina, salen las notas de un blues que interpreta B. B. King.
En su móvil coreano el hombre lee las declaraciones de un político que defiende un movimiento nacionalista.
El mundo está jodido, reflexiona y apaga el móvil.
A continuación, cala su puro de Nicaragua y suelta un chorro de humo espeso y picante que se pierde en la briza del Atlántico.
