Un águila de papel en blanco

 “Cómo piensa un escritor”, así se titulaba una clase que impartía Mario Diament en la escuela de periodismo de FIU, y que hace algunos años ratificó lo que yo sospechaba: los escritores pensamos la vida a través de historias. 

Quienes contamos mentiras y verdades mediante la escritura, observamos el mundo valiéndonos de un prisma que resulta esquivo para el resto de las personas y que nos permite, con absoluta licencia, hacer las veces de Dios.

‘Ser escritor es robarle vida a la muerte’ — Alfredo Conde.

Para un escritor no existe un simple accidente de tráfico en una autopista concurrida a la hora pico, se trata de la distracción del conductor que intentaba esconder las pruebas de su infidelidad. Un escritor no ve un edificio en obras como tal, ve el sitio de emplazamiento ideal de un francotirador a sueldo o el escondite de un grupo de adolescentes centroeuropeas traídas de contrabando para ser convertidas en esclavas sexuales. La pareja de abuelos que toma una copa en un bar al caer la tarde y conversa en baja voz mientras él le roza una mano, no habln sobre la conducta de sus nietos adolescentes o discute cómo ayudar a su hija a salir de un aprieto económico. A los ojos del escritor se trata de la confesión de Florentino Ariza:

“—Fermina, he esperado esta ocasión durante más de medio siglo, para repetirte una vez más el juramento de mi fidelidad eterna y mi amor para siempre.”

Así somos los escritores, vemos el mundo a través de historias. Eso lo aprendí hace una docena de años, incluso antes de que aquel extraordinario profesor argentino dijera en su clase que los de nuestra especie éramos un bicho raro.

Es por ello que durante todo este tiempo no he creído en la página en blanco, en el vacío de creatividad, en el silencio del escritor. Y, a pesar de mi desconfianza, el monstruo me ha atacado con saña y me ha dejado varado como un cachalote en una playa. Atorado en la escritura como un trozo de pan reseco en el gaznate de un pájaro. Descontento, insatisfecho, inseguro, resentido con lo que escribo y tremendamente vengativo con lo que no logro escribir.

Como si las historias que me asaltan a diario crecieran en mi costado durante la noche y a la mañana siguiente un águila de papel blanco, cruel como un naufragio, las devorara.

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