A little bit too much
He leído todas las novelas de Eva García Sáenz: La saga de los longevos, Los hijos de Adán, Pasaje a Tahití, El silencio de la ciudad blanca, Los ritos del agua, Los señores del tiempo y Aquitania. Hasta ahora, todas me han gustado y con todas he disfrutado y me he entretenido. Porque eso sí que sabe hacer esta escritora, entretener.
Con todas me cautivó menos con El libro negro de las horas.
La novela más reciente de García Sáenz se trata de una historia con dos líneas temporales, narrada con dos voces diferentes: primera persona y segunda persona (siempre tan molesta y disonante) —me resulta curioso que la narración en segunda persona se interrumpa durante cinco capítulos seguidos y cambie a un narrador omnisciente en tercera persona. No sé si a la autora se le olvidó la voz narrativa que usaba o si este cambio responde a alguna estrategia preconcebida. Si se trata de lo último, no me enteré—.
Este ha sido un libro con muy buen trabajo mediático preventas y con el respaldo de un gigante de la edición de quien, desafortunadamente, cada vez se cuestiona mas la calidad de sus publicaciones, aunque sospecho que todos los escritores quisiéramos publicar con ellos.
La intriga de la novela es buena, eso no se lo quita nadie y decir otra cosa sería faltar a la verdad. No hay ninguna duda de que la autora sabe venderse. El tema de la bibliología es un gancho perfecto para atraer y enamorar lectores asiduos quienes nos deslumbramos como un ciervo ante unos faros iluminados cuando leemos sobre incunables, manuscritos, antigüedades, libros únicos y todo lo que envuelve el tema de libros viejos y coleccionables. Lo mismo sucede con las descripciones de Vitoria y, en este caso, también de Madrid. En eso la autora es muy buena y sabe que es un recurso que funciona a la perfección con sus lectores. Tanto es así, que la lectura de sus anteriores novelas me llevó a Vitoria el pasado diciembre, solo por conocer los escenarios donde suceden los hechos que narra Sáenz.
Sin embargo, lo de la bibliología parece un poco traído por los pelos en esta última novela. A Little bit too much (un poco demasiado) se diría en inglés.
Por otro lado, tenemos que esta historia podría haberse contado perfectamente mediante otros personajes sin necesidad de exprimir una vez más a Kraken y su grupo, que ya hace rato que no dan más de sí. Con Los señores del tiempo tuvimos la certeza de haber leído todo sobre este grupo de personajes, sin embargo, este año hemos descubierto que no fue así. Tal vez esa sea una de las principales características de la novela que hacen que me resulte un tanto forzada. Hay personajes que se mencionan durante la narración casi porque no queda más remedio, pero su protagonismo es practicamente nulo, como si se tratase de fantasmas del pasado que no pueden eludirse pero que no tienen ninguna importancia. Esto sucede, según creo yo, por contar una historia nueva con personajes que ya tenían su propia historia.
Es como echarle agua a la sopa.
En cuanto a la veracidad de los diálogos, hay ahí bastante tela por donde cortar. En ese particular se lleva el Oscar a la Mayor Pifia el encuentro entre dos personajes importantes, después de cuarenta años. Una escena tan falsa que podría aparecer en cualquier culebrón suramericano de media tarde (de los mas malitos). El dialogo entre Unai y su hermano merecería, por lo menos, una nominación al premio en la categoría melodrama sin desenlace.
Cosas como esas hacen que la novela resulte poco creíble, y es una verdadera pena porque repito que la trama es buena, pero la envoltura no lo es. Eso ha sido una decepción. Espero que con esta novela, por fin, la autora deje que Kraken descanse. Pero que descanse de verdad. Ojalá lo deje tranquilito en Villaverde de una vez por todas para que ella (la autora) regrese al estilo de La vieja familia, Pasaje a Tahití, Aquitania…
