Esta mescolanza nuestra

Una de las maravillas indiscutibles de nuestro idioma es su maleabilidad, su capacidad de mutación y su metamorfosis según la geografía. De ahí que podamos encontrar diversas formas de llamar a una misma cosa, según la región del mundo donde se utilice la frase: curro, pincha, laburo, chamba, brete, pega, camello, son solo algunas de las mutaciones de la palabra trabajo.

Delimitar las fronteras entre las variantes o dialectos que existen en el idioma español no es tarea fácil. No hay que olvidar que se trata de un idioma de 500 millones de personas repartidos en 21 países, además de los 57.6 millones de hispanohablantes en Estados Unidos (el mayor número después de México).

La RAE, así como las múltiples versiones de diccionarios aceptan y reconocen casi todas las variantes que utilizamos los que hablamos esta magnífica lengua. Y, lo creamos o no, entre todos nos entendemos.

¿HAY UN ESPAÑOL DE ESPAÑA? ¿Y UN ESPAÑOL DE AMÉRICA LATINA?

La respuesta es no en los dos casos. En España hay unas cuantas variedades. Y, naturalmente, en América, donde hay muchísimos más hablantes, un gran número de países y una extensión infinitamente mayor, encontramos muchas más variantes. Pero, en líneas generales, en las principales características, los dialectos de Andalucía (en el sur de España) y de las islas Canarias se asemejan9 a los de Hispanoamérica y se diferencian de la forma de hablar de Castilla y del norte de España.

Entonces, ¿por qué nos atrevemos a sugerir que un libro debería haber sido escrito de acuerdo al uso del idioma según qué país o región del mundo?

He leído reseñas, críticas y hasta sugerencias literarias profesionales que señalan el uso de ciertos términos, influidos precisamente por la región del mundo donde reside y desde donde habla quien opina. Me explico con varios ejemplos:

  1. Un usuario de Amazon comentó sobre el audiolibro, La ladrona de libros, que el personaje principal podría decir y sentir mucho más si se expresara en un español más universal. Enseguida agregó que por desgracia para la novela está expresada toda en español de España que hoy no representa mucho para el español universal.
  2. Un lector español comentó sobre mi novela, El zorro y los sabuesos, que le había costado entender algunos términos que utilicé en la novela por no ser de uso común en España. Luego sugirió que hubiese sido favorable la utilización de notas a pie de página para entender mejor. (He de aclarar en este punto que dicha novela transcurre en Estados Unidos, mayormente en Miami y ninguno de los personajes es español.)
  3. En su momento un corrector español me sugirió que utilizara en una de mis novelas la palabra Urgencias en lugar de Emergencias para referirme al centro médico al que se acude ante un imprevisto peligroso (no sé ni cómo explicarlo sin utilizar una de las dos palabras, urgencias/emergencias.) Según dicho corrector, yo debería tener en cuenta la futura universalidad de mi novela y por ello la sugerencia de un término más entendible en España.
  4. En otra de mis novelas otro corrector, esta vez de Argentina, me sugirió que utilizara el termino finca raíces en lugar de bienes raíces, pues según esta persona, esa era la manera correcta de referirse a las propiedades de inmuebles (edificios, terrenos y cualquier derivado de éstos.)

Los ejemplos podrían ser muchos, pero no es necesario que nos extendamos demasiado en esto.

No creo que alguien cuestionaría la manera de expresión particular de un personaje de ficción que responda a cierta idiosincrasia, nacionalidad o región geográfica. Las molestias, según parece, se generan respecto al narrador. Es ahí donde no nos ponemos de acuerdo en cuanto a cuál es la manera correcta de llamar a las cosas.

Un narrador cubano jamás diría que va a hacer la colada porque eso no tendría sentido alguno, a no ser que se refiriera al café en lugar de a la ropa sucia. Tampoco parece que tendría sentido que un español dijese que maneja su carro y no que conduce su coche, o que un argentino, como ya vimos antes, se refiriera a sus inmuebles llamándolos bienes raíces.

Como podemos ver, nuestro idioma, además de muy variado en sus formas y maneras, puede ser también muy polémico.

En mi caso, y haciendo reverencia a la riqueza de nuestra magnifica lengua española, prefiero leer una historia con todos los aforismos y modismos propios del país donde transcurre, incluso en boca del narrador, a leer el mismo texto con una voz de narrador impostada solo porque el libro haya sido editado en cualquier otro país (a no ser que se justifique claramente tal cosa). En caso de que la historia transcurra en un país donde no se habla español, como es el caso de la novela mencionada anteriormente, La ladrona de libros, creo que es justificable que quien haya traducido, editado y publicado dicho texto utilice las palabras con las que usualmente se expresa. Es por esto último que solemos leer a los personajes de Stephen King, por ejemplo, llamándose entre sí gilipollas y tíos, además de otras cosas.

De esto se podrá deducir que no comparto ninguna de las opiniones de los ejemplos que enumeré antes. Eso no quiere decir que haya rechazado las sugerencias de mis correctores español y argentino, aunque tampoco afirma que no lo haya hecho.

De cualquier manera, todo esto se trata de una cuestión de opinión particular. Y ya se sabe lo que se dice sobre las opiniones: “Son como los ombligos, todo el mundo tiene una y nadie sabe para qué sirve”

Y tú, ¿qué opinas?

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