Marion tenía veinticuatro, pero aparentaba menos. No quiso traje de cola ni iglesia. La boda se celebró en la azotea del edificio donde vivía un amigo. Carlos era dos años mayor. Con su salario en la redacción de un periódico y con lo que ella sacaba como fotógrafa independiente podrían arreglárselas para vivir tranquilamente. Dieciséis años después, Marion recordaba todo aquello como si hubiese pasado la tarde anterior.
A los cuarenta y dos todavía su marido era un hombre atractivo, pensaba. Aquella camisa azul le sentaba de maravilla y su bien recortada barba, ya con algunas canas, le otorgaba un aspecto interesante. Ella eligió zapatos de tacón alto. Ya no estaban para bailoteos y esa noche con seguridad la disfrutarían mucho más en un piano bar que en una discoteca. Carlos se puso un saco gris como si con ello reafirmara que la idea del piano bar era acertada. Marion se hizo un moño en lo alto de la cabeza, él la besó.
«¿Te quieres volver a casar conmigo esta noche?”, le preguntó en el umbral de la puerta de salida. «Solo si lo hacemos en una azotea, sin traje de cola ni curas», respondió ella y salieron abrazados y riendo a celebrar su aniversario.
