Es casi una tradición a nivel mundial regalar un puro al nacer un varón. Es, según se cree, una manera de expresar la felicidad por haber tenido un niño, además de una muestra de agradecimiento a la persona que vino a visitar al bebé en su primer mes. Si el recién nacido es una niña, entonces los puros se sustituyen por chocolates.
Según algunas fuentes, el origen de esta práctica (al menos la del puro) se remonta al Potlach, una tradición de los nativos norteamericanos que consistía en unos festines en los que el celebrante repartía entre la tribu y vecinos regalos como carne de foca o salmón y tabaco para sellar con volutas de humo el nacimiento de un primogénito. Otras hipótesis sitúan esta costumbre en una época menos remota, relacionada estrechamente con los partos en casa donde los papás de celebración se reunían con amigos en el salón de su casa y repartían cigarros para encenderlos una vez que nacía el bebé.
He de puntualizar que no me queda claro cuándo y por qué comenzó a regalarse chocolates para dar la bienvenida a una niña.
Sin embargo, como a mí me encantan los puros y también el chocolate y como, además, hoy nació mi primera nieta y, por si fuera poco, las tradiciones me tienen sin cuidado; hoy prendo un maduro de alta gama, como un trozo de chocolate y celebro la llegada al mundo de mi preciosa nieta, Valentina Alfonso.
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