El costo de un año en pandemia

El confinamiento del 2020, a causa del Covid19, no significó un cambio demasiado drástico en mi vida. A decir verdad, yo me acostumbré a vivir “encerrado” mucho antes del Coronavirus.  Trabajar desde casa por más de cuatro años me ha preparado para casi cualquier aislamiento. Por otro lado, no hay que olvidar que soy escritor, y que para los que pertenecemos a esa rara especie, la soledad es un privilegio que agradecemos. Mis horarios regulares transcurren entre trabajo, lectura, escritura y algo de cine, siempre en la bendita soledad de mi apartamento con vistas.

No obstante, algo tenía que tocarme.

Como ya he pasado de la “Media Rueda”, cada vez se hace más cuesta arriba realizar ciertas actividades que antes eran una pasada: despertar antes de las ocho, trasnochar toda la madrugada, beber como cosaco, jugar al fútbol, cambiar el aceite al coche, zamparse una comilona a media noche y, por supuesto, hacer ejercicios físicos.

Justo en ese último punto fue donde recibí el golpe más fuerte de todos los que me ha lanzado el maléfico virus, y de los que he logrado defenderme sin mayores tropiezos.

Durante años, mi esposa y yo cosechamos el hábito de ir al gimnasio cada día de semana a primera hora. Esta práctica se vio afectada con el cierre total de los establecimientos públicos, en marzo del 2020 —romper la rutina, después de los cincuenta, puede acarrear la peligrosa amenaza de no volver a retomar el paso—, a partir de aquel momento transcurrieron diez meses de sedentarismo involuntario.

Este año, contando al fin con algo más de flexibilidad, hemos intentado retomar la marcha perdida. Con la intensión llegó la factura. ¿Recuerdan lo que dije antes sobre despertar antes de las ocho? Pues qué creen…

Desde enero hacemos un esfuerzo por retomar el ritmo perdido, pero ha resultado una tarea titánica. No ha pasado una sola semana sin que encontremos alguna excusa para saltarnos un día de visita al gimnasio, o dos, o más. Nuestro ánimo se mantiene interesado en regresarnos a la normalidad de antes, pero media rueda es MEDIA RUEDA y algunas cosas ya no funcionan como antes, jamás lo harán.

No obstante, esta semana, la última del mes de febrero, conseguimos asistir a la sala de pesas y máquinas durante cinco días, sin interrupción ni pretextos. No todo está perdido, me dije. Imagino que en la perseverancia está una de las claves del éxito (suena trillado eso, ¿verdad?). La cuestión es que los resultados de esta semana me dicen que probablemente podamos recuperar el compás que manteníamos antes.

Mientras tanto, seguiré intentando despertar antes de las ocho, colocarme las ropas de deporte y, con apenas un café y una tostada en el estómago, exigirme el máximo entre fierros y aparatos que se empeñan en recordarme el tamaño de mi media rueda.

Un comentario sobre «El costo de un año en pandemia»

  1. Yo, con 64 agostos encima, lo que mas me choca de la plandemia, es que aparte de los seres queridos y los no tantos que va llevandose el confiscao virus, es el hecho de no poder ir al Dojo! me cuesta una vida que no involucre la relacion como base, es tan vivificante poder compartir!!

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